viernes, 10 de septiembre de 2010

Demostración

Un par hablando. El común de las veces no encuentran fuerza para mirarse. Ocasionalmente, se miran. Incidentalmente, se ven. Algunos incidentes, se saben memorables.

El silencio cae, como un puñado de causalidad bruto, desordenado, violento bajo la luz trágica de su unicidad. Al principio no entiendo por qué. Me apuro por capturar cada partícula, las abrazo, tengo que mantenerlas todas juntas, las abrazo y las envuelvo, quiero que permanezcan en esa distancia exacta que les permite ser, que me sume en el silencio. Quiero prolongar ese segundo, necesito entenderlo antes del impacto, antes de que todo se empiece a distanciar, de que haya transcurrido.

Mi silencio te denuncia, busco detrás de tus pestañas que proyectan sombras infinitas mientras tus ojos sonríen ante la evidencia de que aflojé mis manos. Ya no puedo contener las fuerzas que impulsan a las fuerzas que inician el accidente. Esa perfectísima fisión que planeabas mientras yo te empezaba a contar sobre mi fin de semana, que mirabas desde antes de que te diera la instrucción de desatarla: permiso para quebrarme. Liberás el tono magnético de tu voz que se lleva mi voz, mis ojos, mi energía. Conocés perfectamente las implicancias de esa palabra. Uno tras otro, desdoblados. Demasiados fragmentos de realidad. Ya nunca va a bastar. Te dejo romper todo.

Y todo se multiplica en un recital voraz, inclemente, brutal. Sos el Conde Rojo que se arquea entre las cuerdas, sos las cuerdas, el intérprete. Sos energía vibrando en la sala, saturando el espacio, dirigiendo mi cuerpo. Soy el director cómplice de la genialidad del artista. Guío tus palabras, las espero, me divierto, me deleito cuando me traspasan, una milésima de segundo antes de desgarrar el espacio, de quebrarme. Una tras otra, dos, tres, tantas. Tantas veces. Junto los pedazos, me reduzco a monosílabos, líneas de colores, giros musicales. Tengo que seguir hablando, tengo la responsabilidad, el deber de permitir que lo rompas todo, que me calles, que me mires en silencio.

Tanta vehemencia, quieta. Ves en mi retina, encendida en el sonido de nuestras palabras, la imagen repetida de nosotros, el eco de nuestras conversaciones obligadas a reproducirse infinitas, involuntarias, caóticas veces. Nuestras conversaciones también, son fractales.

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